Hubo una vez una niña llamada Cora que nació en el seno de una familia que jamás la educó para ser una princesa.
Mamá era la CEO de una empresa aeronáutica pionera en conciliación que le había permitido romper el techo de cristal y pasar tiempo de calidad con los suyos.
Papá trabajaba a tiempo parcial como asistente administrativo porque por las tardes tenía que cuidar de la abuela, que pasaba sus mañanas en un centro de día para personas dependientes.
Álex, su hermana, nació como hombre pero siempre se sintió mujer.
Cora creció jugando con puzzles, coches teledirigidos y muñecos, escuchando cada noche cuentos en los que nada era lo que parecía, compaginando el baloncesto con sus clases de escritura creativa.
Con el paso de los años las palabras se convirtieron en su pasión e hizo de ellas su forma de ganarse la vida: corresponsal de guerra de día y poeta de noche.
Un día encontró el amor en Fernando. Un amor que no conocía los celos ni el control, un amor que no dolía hacia una persona que no necesitaba, pero con la que quería ver pasar la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario